El encargo de la Revista de la Universidad de México para su edición de abril de 2019 llamada Abya Yala me obligó a cuestionar algunas de las normas de la cartografía. Los mapas como los conocemos hoy tienen su origen con la necesidad de cartas de navegación para surcar los mares y de declarar propiedad sobre tierras ajenas en papel. El nombre de América viene de un cartógrafo de aquellos tiempos y Abya Yala es la manera en que muchos pueblos indígenas de este continente han empezado a llamarlo. Entonces no podía ser cualquier mapa.
Una de esas normas cartográficas es la convención de poner el norte hacia arriba del mapa, al librarme de esa obligación me tocó preguntar cómo y por qué orientar a Abya Yala. El resultado tiene tres motivos. El más importante para mí, subvertir las jerarquías latitudinales de una masa continental puesta de manera vertical, donde lo que está abajo parece menos importante que lo que está arriba. Esa es una de las ventajas del mapa europeo, que todos están más o menos al mismo nivel. Por otro lado, el mapa se publicó en doble página y esta posición era la mejor manera de aprovechar el espacio. Finalmente, sí creo que el continente se ve mucho más bonito así acostado. Luego de verlo mucho, ya me acostumbré y luego hice varios mapas más con orientaciones similares.
Los territorios que se indican en el mapa son los que aparecen en el número de la revista. La proyección es Mollweide con su centro en el meridiano -90.
En ese mismo número publiqué un mapa sobre la población indígena en México y de la cantidad de hablantes de lenguas originarias en esos lugares. Es importante entender lo que está pasando con las lenguas indígenas en México, porque están desapareciendo. Como dijo la lingüista mixe Yásnaya Aguilar frente al congreso de este país, “Nuestras lenguas no mueren, las matan. El Estado mexicano las ha borrado con el pensamiento único, la cultura única, el Estado único”.